13 de agosto de 2013

El Guardián

Y el dolor se hacía cada vez más fuerte hasta el punto de llegar a ser insoportable. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas sin control. Y justo en el momento en el que pensaba que iba a desfallecer, una mano cálida y suave se posó sobre su vientre y la angustia menguó... menguó... y desapareció. Él la siguió sosteniendo en sus brazos hasta que la congoja se marchó para dar paso al cansancio y con él, el mundo de los sueños.

Al despertar lo primero que encontró fueron dos grandes ojos azules infinitos, tan infinitos como el lugar donde se encontraban, iluminado únicamente por la luz que las estrellas desprendían mientras se movían de un lado para otro como si llegaran tarde a algún sitio. 

"No te preocupes, yo guardaré tus sueños", le susurró al oído. Después le concedió un beso en la mejilla y la volvió a abrazar con ternura a la misma vez que con fuerza.



Quedó plácidamente dormida; segura de que alguien la protegía y amparaba su sueño.